Joseph Thomas Sheridan Le Fanu (1814-1873) fue un escritor irlandés famoso por sus relatos de misterio y terror gótico. De hecho, es considerado un maestro de la alta literatura en dicho campo, siendo reconocido como uno de los precursores del género moderno de terror.
Lo primero que encuentra toda persona que se acerque a la obra de este gran escritor, es que se encuentra ante una persona con capacidades literarias poco corrientes. Con un exquisito gusto por la composición literaria, sus escritos se desarrollan a través de bellos párrafos en los que conviven frases con riqueza estructural y de vocabulario, que bien ponen de manifiesto la maestría con la que da vida a sus relatos. Todo ello aderezado con unos tintes dramáticos que provocan que el lector se sumerja y viva, en sus propias carnes, los eventos que tienen lugar página tras página. Esta excelencia es proveniente de su educación, la cual fue la de un niño perteneciente a la alta alcurnia de una familia con procedencia hugonote.
Joseph estudió derecho en el Trinity College de Dublín, aunque nunca le interesaron las leyes. En realidad, se dedicó al periodismo, editando la Dublin University Magazine, así como otros periódicos. Durante todo este periplo, publicó multitud de fantásticos relatos. Historias que, como ya hemos dicho, tanto en fondo como en forma, asentaron el género moderno de terror.
Toda obra de Le Fanu posee una estructura sólida, de argumento trabajado y consistente. Le Fanu no se escuda en la fantasía propia de sus historias para omitir o salvaguardar alguna falla de argumento. De hecho, en muchas ocasiones, tienes la impresión de estar leyendo una obra de época, de problemas muy reales y que nada tienen que ver con el género fantástico o de terror. La atmósfera es del todo envolvente y en pocas líneas te trasladas a las situaciones que relata con mucha profundidad. Los recursos de sorprender o asustar, y el hecho de trazar verbalmente una ambigüedad en la interpretación emocional de escenas prominentes, son, simplemente, sublimes. Pues crean un ambiente de misterio, una mezcla agridulce entre lo que puede estar ocurriendo y lo que ocurre realmente, todo ello con una excelsa exposición, que, como colofón, hace que tu imaginación sea presa de cada palabra. El lector se colma con cada detalle, con cada frase que lo encamina hacia un desenlace siempre sorprendente y que deja huella. También podríamos decir que existe un “tiempo”, un “ritmo”, en el que se compensan perfectamente frases elaboradas con otras cortas, haciendo que la lectura sea enriquecedora literariamente y, a su vez, menos pesada que la de algunos otros autores del género, quienes a veces tienden a sobreadjetivar, algo que sin duda queda ridículo y hace que parezca una obra plana e insulsa, mala copia de una copia. Con Le Fanu, como digo, nada de esto sucede. Te atrapa, te enmudece, te aísla con su prosa y de alguna forma casi mágica te sumerge profundamente en otro mundo mientras vas leyendo.
De entre sus obras más famosas, podemos mencionar quizás sus novelas más leídas, como el Tío Silas (1864), Guy Deverell (1865) o La mano de Wylder (1864). No obstante, quizás, la más destacada de todas sea En un cristal oscuro (1872) (a veces mal traducido como En un vidrio misterioso), una colección de relatos entre los que destacan los protagonizados por el doctor Martin Hesseluis, a quien podemos catalogar como uno de los primeros detectives de lo paranormal en la literatura. Si bien es cierto que no son puramente relatos de corte detectivesco, sí que, a través del personaje, se nos presentan hechos, experiencias y evidencias de la existencia de criaturas fantasmagóricas o de lo que bien podríamos clasificar de lo oculto, de lo gótico, lo siniestro. Lo interesante de todos estos relatos es que, mientras se va desgranando la historia, mientras cada párrafo se sucede, los detalles que al principio parecían irreales, fruto, por ejemplo, de una mente atormentada, se van confirmando poco a poco como hechos veraces. Y creo que es precisamente esta manera, la forma en la que va transcurriendo la historia, el compás con el que las cosas fantásticas e increíbles empiezan a dibujarse en un cuadro donde tienen sentido, peso y realidad, lo que hace que sus relatos sean obras cúlmenes de la literatura de terror.
Dentro de esta antología de relatos, cabe destacar Carmilla (1872). En él, la joven e inocente Laura —que es quién relata la historia en primera persona—, vive aislada de casi todo divertimento social en un castillo antiguo, en Estiria (Austria). Una noche, su vida apacible dará un giro, pues un carruaje en el que viajaban dos nobles: una dama y su hija; sufre un accidente cerca del castillo. La mala fortuna hace que, esta última, quede inconsciente, y la madre, al no poder perder el tiempo, ya que el viaje se debía a un asunto de máxima urgencia —y del que no da más explicaciones—, requiere que continúe su camino. Así pues, deja a la joven en el castillo, para después de 3 meses, volver a buscarla. Inmediatamente, Laura y Carmilla, que así es como se llama la joven, conectan. Así pues, Laura se siente ilusionada con la nueva inquilina, con su nueva amiga, aunque, en poco, se da cuenta de que las costumbres que muestra Carmilla, como levantarse pasado el mediodía o su presencia casi imperceptible, así como sus ataques de ira repentinos o que pasa largos periodos de tiempo en su habitación encerrada, hacen que, Laura, muestre mucho interés, aunque a veces inquieto. Laura, al poco tiempo, comienza a enfermar y a tener pesadillas. El padre, entonces, preocupado, piensa en qué relación puede tener todo esto con Carmilla, pues desde su llegada es cuando se han empezado a desencadenar la enfermedad y los extraños sueños.
¡Y hasta aquí hacemos esta pequeña introducción! Eso sí, con la esperanza de haber alentado al lector a deleitarse con este autor y su grandísima obra.
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